martes, 22 de septiembre de 2009

Amor a la mexicana

Teotihuacan
Urbe divina y humana, plena de calles y habitaciones, que vivió una actividad ferviente, a la cual entraban y salían hombres y mercancías hacia el valle de México, Puebla, Tlaxcala e incluso hasta la Mixteca y Tehuantepec. ¿Cómo pudo surgir tal prodigio de piedra en un valle que, comparado con el de México, aparece yermo, sujeto a las lluvias del temporal y con unos cuantos pozos de agua?
Pocas ciudades han sido consideradas dignas de ser habitadas por los dioses, más habituados a las esferas celestes que a los dominios humanos. Teotihuacan es una de ellas, y para haber alcanzado el rango de ciudad mítica tuvieron que transcurrir mil años de civilización que hoy se respira entre sus amplias avenidas que marcan los rumbos del universo y cuyo esplendor emana de plazas y pirámides de proporciones ciclópeas penetrando los muros estucados de imágenes primigenias de la naturaleza y figuras de un mundo espiritual casi olvidado.Estudios arqueológicos han mostrado que Teotihuacán era, 600 años a.C., una aldea que comenzó a elaborar objetos de piedra pedernal obtenida de la zona. El excedente de este producto permitió un incipiente intercambio con otras regiones y posteriormente establecer un eficiente comercio y agricultura planificada a partir del siglo II a.C.
Siglos después de abandonada, otros pueblos llamaron al sitio “Ciudad de los Dioses”, no sin razón, pues su existencia estuvo regida por profundas convicciones religiosas y normas de vida en torno a los ciclos de la naturaleza, la siembra, la cosecha, la lluvia y una cosmogonía de estrechas relaciones fenomenológicas cuya expresión calendárica y astronómica se reflejó en la construcción de la ciudad.

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